Decían que era rara. Desde luego no normal - pensó en silencio mientras contemplaba el mar. El día había amanecido despejado. El azul del cielo se sumaba al azul de las aguas del océano. Sola en su momento favorito, reflexionó sobre lo que estaba por venir. Ya no era domingo. La semana se alzaba ante ella, imponiéndole la visión de los retos diarios. Se sentía cansada. ¿Sería capaz de soportar de nuevo todo lo que estaba por venir? De algún modo, sabía que podría. Al fin y al cabo, su vida estaba hecha de una sucesión de problemas, así como de sus poco ortodoxas soluciones. Sí, era una persona que resolvía las exigencias de la vida de formas poco habituales. Al menos eso pensaba de sí misma. Lo cierto es que nada en este mundo es único. No hay creatividad, ni siquiera divina, que no reproduzca lo que ya se ha hecho antes. Si Dios diseñó el mundo, sin duda recurrió en parte a descargar recursos de algún banco de imágenes celestial. Acercarse a aquello que en la visión de la mayoría era supremo, también la colocaba en una posición de superioridad respecto a los mortales que sonámbulos la rodeaban. Sabía que, de algún modo, ella también formaba parte de aquella tribu sin sentido. Fingió no saberlo. Se levantó sacudiéndose la arena que se pegaba a sus flacas nalgas. Se da la vuelta y camina hacia la acera. Se sentía inquieta. Pulsa con el índice derecho el botón rojo del poste metálico. El semáforo se cierra para los coches, lo que le permite desfilar vigorosamente por el paso de cebra peatonal hasta el lado opuesto de la calle. Se detiene ante el escaparate de una tienda, donde puede verse reflejada en el cristal recién limpiado. Se alisa el pelo revuelto. Gira sobre su propio eje deteniéndose en una pose inusual ante la mirada antagonista de la gente. Sonríe. Camina insegura, pisando siempre los adoquines. Como una niña, se entretiene en la alternancia entre el blanco y el negro, a veces entre el blanco y el negro. Murmura algo para sus adentros. Sabía hablar consigo misma. Era extrovertida para las cosas del mundo. Retraída para las cuestiones del alma. A veces dudaba de tener una. ¿Era ella un artefacto de la naturaleza puesto en marcha para causar confusión? No, no le gustaba el desorden. A veces sí, pero en esos momentos sabía que estaba borracha. O por la bebida o por la vida. Le gustaba seguir su rumbo, caminar sin rumbo por el poco espacio en el que cabía. No siempre era así, pero a veces rompía las reglas y entraba en un establecimiento sin ningún sentido de la orientación y pronto era repelida por brazos fuertes y bocas translúcidas. Loca, decían. Ella se reía. No sabéis nada, pobres camaradas. Se pasó la mano por la frente, ya brillante por el sol abrasador. Le gustaba vivir allí. Barrio tranquilo a pesar de lo desagradable. Lo dejaba pasar, al fin y al cabo nunca había vivido un mal día. Las calles estaban abarrotadas. Negros y blancos, blancos y negros siguiendo sus destinos ordinarios. Pobres almas - pensaba. A veces gritaba. Niños crecidos que no saben nada de la vida en realidad. Viven la ilusión del futuro. Muchos ni siquiera ven el mañana. Este es el ciclo inevitable de la vida - pensaba. El hambre latía. Tenía que llenar el estómago para afrontar el día. Le gustaba comer en la esquina de la avenida del Atlántico. Comida buena y abundante, sabía. Voy a ver qué me depara la suerte", gritó al mundo frente a ella. Caminaba despreocupada. A diferencia de los demás, que corrían a su paso. Ella no tenía prisa. Sabía que con su paso danzante llegaría. Algunos tocaban el claxon al ver su espectacular imagen. Otros se rieron de su desvergüenza. Muchos se apartaron. Pocos se apiadaron. Se apoyó en un poste, compartiendo el espacio con los panfletos que habían pegado en él. Traeré a la amada dentro de treinta días -dijo a los que pasaban. Se divertía. Sabía poco de los lugares más allá del barrio. Hacía tiempo que se había instalado en aquellos parajes. Su memoria aún guardaba algunas imágenes poco claras de un pasado, pero lo que la llenaba era su presente cotidiano. Ah, el futuro ni siquiera existe. Se agacha y empieza a revolcarse en las bolsas amontonadas en aquella esquina. No tarda en encontrar lo que buscaba. La felicidad mancha su rostro. No sabe por qué los demás no se han comido la tostada. Debió de ser la suerte o que tenían la barriga llena. Se sentó en la guía y observó las bandadas de buitres y gaviotas mientras desayunaba. Blanco y negro, blanco y negro.
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