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¡El hombre perfecto!

Foto del escritor: Anderson Luis da SIlvaAnderson Luis da SIlva

Ana Carolina salió esa mañana ansiosa, la ansiedad consumía su mente y generaba escalofríos en su cuerpo. Buscaba respuestas y él, decían, se las traería.

Eran más de las nueve de la mañana cuando se detuvo frente al número setenta y siete de aquella calle poco transitada. Un sencillo cartel colocado en la fachada de la humilde pero cuidada casa le informaba de su destino.

Padre Uripe de Savá. Especialista en asuntos amorosos.

Ana Carolina respira hondo antes de pulsar el botón del timbre. Un sonido seco y estridente resuena desde el interior del edificio, haciendo que algunos pájaros que ocupaban el árbol del patio trasero salgan volando.

Pasan unos segundos antes de que la puerta de madera blanca y desgastada se abra, revelando la silueta de un hombre corpulento y visiblemente pasado de peso.

¡El padre Uripe de Savá! imagina en un silencio desconcertado.

El hombre recorre el corto espacio que separa la puerta de la verja. La recibe con una amplia sonrisa y pronuncia su nombre con firmeza.

- ¡Ana Carolina Cavalcante! ¿Es cierto?

- Sí! responde ella, todavía impresionada por la corpulenta figura.

- La puntualidad es una bendición. dice, aún sonriendo.

Pai Uripe extiende la mano derecha, gesto que Ana corresponde de inmediato.

-Es un inmenso placer conocerte. Inclina ligeramente la cabeza.

- Igualmente Padre. Responde ella, devolviéndole la sonrisa.

- Acompáñeme y bienvenido a esta bendita casa. Dice mientras gira su cuerpo y camina tranquilamente hacia la puerta de entrada.

Ana Carolina le sigue a corta distancia. La habitación estaba bien iluminada a pesar de las muchas sombras que proyectaba.

Algunos cuadros adornaban la pared izquierda. Miró sorprendida un cuadro de Jesús flanqueado por otros dos. Uno de ellos, el de la derecha, mostraba la imagen de un posible orisha, y el otro, el de la izquierda, una figura que parecía de una especie alienígena, al menos eso podía imaginar dadas las largas orejas puntiagudas que adornaban el rostro sereno de aquel ser extraño y desconocido.

El padre Uripe notó la duda en el rostro de Ana y se dispuso a explicárselo.

- La imagen del centro es Jesús, a su derecha está Olorum, el creador del cielo, y a la izquierda el pleyadiano Ohx. Dice con plácida seguridad.

Ana le mira con evidente duda. Nunca había oído hablar de tales personajes. El padre Uripe la consuela diciéndole que hoy conocerá a tantos otros y que saldrá de aquí sabiendo lo mínimo de cada uno de ellos.

- Hay un universo en cada uno de nosotros, y un nosotros en cada rincón del universo. He aquí algunos de los que representan el todo, o la parte del todo.

A la derecha Ana observó una especie de altar sobre un mueble de madera envejecida pero aparentemente robusto. Allí algunas imágenes compartían el espacio entre velas y varitas de incienso.

Algunas le resultaban familiares, recordaba haberlas visto en algún libro de historia antigua o navegando por internet. Había imágenes de Ra, el dios del Sol de la mitología egipcia; Zeus, el rey de los dioses de la mitología griega; Odín, el padre de los dioses de la mitología nórdica; Indra, el dios del cielo de la mitología hindú; entre muchas otras imágenes que no pudo identificar inmediatamente.

- Mira estas imágenes, plurales, pero todas representando al mismo ser.

Ana Carolina observa intrigada.

- ¿Son diferentes representaciones de un mismo y único Dios? pregunta con curiosidad.

- No, no existe un único Dios. dice. - De hecho ni siquiera existe un Dios en el sentido espiritual de la cosa, sino la representación de una idea. Y en este sentido todos son fruto de la misma idea. La del ser omnipotente, omnisciente y omnipresente.

- ¿Me está diciendo que Dios no existe, si le he entendido bien? pregunta ella.

- Por supuesto que no estoy diciendo eso. Aquí tienes a los dioses delante de ti. dice él, volviendo a sonreír.

- Vamos, hoy hay mucho de que hablar, no perdamos más tiempo. Dice Pai Uripe mientras gira de nuevo su cuerpo y comienza a subir las escaleras hacia el piso superior.

Ana se pasa ambas manos por el pelo. Le sigue, insegura ya de las respuestas a sus preguntas.

El final de la escalera conduce a un pasillo cuya luz amarillenta hace centellear efusivamente las imágenes y los cuadros. Pai Uripe gira a la izquierda y se dirige a una sala muy iluminada situada al final del pasillo. Ana le sigue lentamente mientras observa con atención los diversos adornos que dan al piso un aire aún más intrigante.

La habitación en la que entra tiene una mesa en el centro y una silla a cada lado. A diferencia del resto de la residencia, no hay cuadros, pinturas ni ningún otro adorno, sólo paredes muy blancas y bien iluminadas.

-¡Siéntate! le dice el padre Uripe a Carolina mientras cierra la puerta y se acomoda en la silla del otro lado de la mesa.

Él sonríe y enseguida le pregunta qué la trajo hasta él. Ella dice que era una amiga suya que había entrado....El padre Uripe la interrumpe. - ¿Qué buscas aquí?

Ana se sonroja y responde insegura. - Quiero una respuesta y ayuda.

El padre Uripe pone las dos manos sobre la mesa con las palmas hacia abajo. ¿Cuál es tu pregunta?

Ana se siente aprensiva y un poco tonta, pero vuelve a inspirar aire y dice. Padre, ¿encontraré al hombre ideal? Y si es así, ¿podrías ayudarme en esta búsqueda?

- Bueno, ¡bueno! dice él satisfecho. - Pero antes necesito que respondas a algunas preguntas importantes. Ana asiente con la cabeza.

¿Qué es un hombre ideal? pregunta él inmediatamente.

- Alguien que me ame profundamente. dice ella sin pensar.

- Amarte no convierte a alguien en perfecto, sólo lo hace temeroso de lo que eres hoy. Verás, querida Ana, el amor es el estado sublime de estar sujeto a las diferencias e imperfecciones de los demás. Por lo tanto, alguien que te ama puede brindarte consuelo, pero no perfección. Así que te pregunto de nuevo, ¿qué es un hombre perfecto?

- ¿Alguien guapo? se pregunta.

La belleza es la cáscara que oculta la fealdad. Nótese que tal paradoja, para muchos, puede parecer inconcebible, ya que la gente tiende a ocuparse de la imagen sin prestar atención a su soporte. Esas imágenes dispuestas en el altar de la sala de abajo, por ejemplo, son bellas y están llenas de significado, pero su interior está hueco. ¿Consideraría bella una imagen hecha añicos, cuyo interior está al descubierto?

- No sé Padre, creo que aún no he conseguido responder adecuadamente a su pregunta.

- Respóndeme entonces querida Anna, ¿cómo es tu hombre ideal?

- Bueno, creo que sería alguien que me ame incondicionalmente, y eso es importante, pero que sea guapo y pueda darme una vida cómoda. Alguien que sea bueno en todos los sentidos, que acepte mis defectos, que quiera una vida junto a mí, que pueda construir nuestros planes para que finalmente podamos morir juntos y de la mano cuando seamos viejos. Creo que eso es todo, Padre.

- Comprendo. Entonces, buscas la idealización, es decir, no buscas un hombre ideal, sino un hombre idealizado que pueda suplir lo que tú no tienes. Mira, querida Ana, imagínate como una pieza de lego, en la que tienes unos agujeros en los que encajar y, al mismo tiempo, unas protuberancias en las que encajar.

- ¿Cuál es la pieza ideal para esta relación complementaria? Seguramente la que tiene los agujeros para encajarte o la que tiene las protuberancias que te encajan perfectamente. Aun así, sea cual sea el arreglo que se haga, siempre faltará algo, ya que si te encaja perfectamente, tus propios encajes estarán a merced de otros agujeros; por el contrario, si rellenaras la otra pieza con lo que es, también estaría parcialmente completa, y buscarías el encaje complementario de tus propias protuberancias.

- Estoy confundido Padre, ¿podría aclararme estos puntos?

- Por supuesto, querida Ana. Seré más claro. El error está en la búsqueda, pues cuando nos ponemos a buscar ignoramos inmediatamente lo que podríamos encontrar. Tu búsqueda del hombre ideal te impide encontrar idealidades en quienes no cumplen tus requisitos. Del mismo modo, cuando logra encontrar a uno u otro que los cumple, acaba encontrándose con características imprevistas, que a veces se superponen en valor a las que antes idealizaba.

- Volvamos a tu descripción inicial, en la que decías que buscabas a alguien que te amara incondicionalmente. Este amor puede ser fraternal, pero también pervertido en fanatismo, y en este sentido proporcionar el cercenamiento de su libertad. Entonces estaría en una prisión cuyo monstruo, aunque hermoso, la atemorizaría. En esta celda, inventada por él y habitada por usted, tendría consuelo, la matanza sólo llega después del engorde. ¿Comprende?

- Sí, parcialmente.

- ¡Adelante! La mayor virtud de la vida es la vida misma. Pero hay horror en aquel que depende de la provisión de otros. También mencionas la necesidad de que acepte tus defectos, pero cómo es eso posible si tú mismo ya tiendes a no aceptar los suyos. Además, ¿cuáles serían los defectos a aceptar? Si eres vegano, el defecto del otro puede ser el hecho de ser carnívoro. Pero en la misma medida para él el tuyo es ser vegano. Si eres fumador, el defecto del otro puede ser la implicación con el tabaco, pero en la misma medida el tuyo es el olor a nicotina impregnado al cuerpo. Si eres de izquierdas, el defecto del otro puede ser el hecho de identificarse con la derecha, pero en la misma medida, el tuyo es su preocupación por las cuestiones sociales. Esta idea del defecto del otro, en general, dice más de tus propios defectos que de los de los demás. Y no cito aquí el término defecto como algo a concertar, sino como distinción individual, y en este sentido, necesaria.

- Entonces, ¿el hombre ideal no existe? dice con explícita incomodidad.

- Lo que no existe es la idealidad. responde él inmediatamente.

- Lo que usted busca no es el hombre ideal, sino la aceptación de su propia imperfección. complementa él en tono severo.

Ella se inclina ligeramente hacia delante y agacha la cabeza con claro pesar.

El padre Uripe estira las manos alcanzando las suyas que descansaban sobre el tablero de la mesa.

- Comprende, querida Ana. Lo deseable debe ser lo imperfecto.

Ana levanta la cabeza y mira fijamente a los ojos del padre Uripe.

- La imperfección antagoniza con lo ideal, y eso es saludable. Si todos fuéramos ideales no habríamos evolucionado como especie. Toda revolución surge de la lucha contra el ideal de rango, momentáneo. Si hoy vienes a mí es porque nuestros antepasados se rebelaron, es decir, se hicieron imperfectos frente a una perfección socialmente erigida en ideal.

- ¿Debo entonces buscar al hombre imperfecto? dice dubitativa.

- Sí, y cuando se llene de las imperfecciones del mundo, se dará cuenta de que no hay nada más ideal que la diferencia. Y así se acostará en ella y se despertará cada día, segura de que aún no sabe nada, pero ansiosa y deseosa de aprender.

Ambos permanecen en silencio unos instantes. Pai Uripe se levanta, llevando aún a Ana de la mano. Ella le sigue. Caminan cogidos de la mano por el pasillo. Bajan las escaleras hasta la sala de abajo. Se detienen ante el altar cuya pared está adornada con tres imágenes.

- Mira Ana, ¿encuentras aquí la perfección?

Ana vuelve a mirar las fotos y responde con cautela.

- Creo que sí. Son seres santificados. ¿Estoy en lo cierto?

- No, querida. No existe la perfección ni siquiera entre quienes se esforzaron durante su vida por construirla. Lo que hizo memorables a estas figuras fue el hecho de que, cada uno en su época, se rebelaron contra la justicia social establecida por los llamados perfectos.

Ana movió la cabeza en señal de aprobación y clara comprensión.

- Gracias, padre, por tu valiosa ayuda.

- Ven cuando quieras, encantadora Ana.

El padre Uripe se dirige a la puerta abriéndola para que pase la muchacha. Ella camina lentamente hacia la puerta de entrada. Mira hacia atrás por última vez y sonríe. Desaparece calle arriba.

Pai Uripe cierra la puerta y vuelve a la habitación principal. Se acerca a un mueble bajo, abre la puerta de la derecha y saca una botella sin etiqueta con una bebida translúcida. Vierte una dosis en una pequeña copa y la derrama de golpe. Suspira y dice en voz alta - Envejecido en barricas de roble. Esto es la perfección.

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